domingo, 9 de mayo de 2010

En El Viaje Todo Es Ajeno

En el viaje todo es ajeno, todo le pertenece a los otros, las camas y los platos, los baños, las cucharas, las tetas, los espejos. En el viaje mi mundo es una isla roja y pequeña que anda a 70 km. por hora. Ahí caben todas mis pertenencias y sobra espacio donde entro yo. Sobre ella voy flotando, escribiendo mentalmente los diálogos irreales que tengo con la que viaja en otra moto roja a dos metros de mí. Elijo, una vez por hora, el lugar preciso para que el motor descanse y yo lea, o coma tres panes y alguna fruta. Porque las ciudades me quitan lo que las rutas me dan decido, al salir de Arequipa, no pagar más hotel, intentarlo al menos. Muchos kilómetros antes de llegar a la ciudad donde nació Vargas Llosa cientos de curvas hacen que la pequeña tormenta roja se crea una V-Strom y yo Emilio Scotto. Las curvas en bajada: perfecta combinación geométrica - geográfica que repercute, orgásmica, en todo mi cuerpo. Nos cansamos de pasar camiones… mentira, nunca nos cansamos, doblando curvas es otra de las formas en que gastaría la vida. Los pasamos como hojas caídas y el viento que a nuestro paso levantamos las arrastra, las eleva y las vuelve a dejar sobre el asfalto. Mientras nos inclinamos, armónicos y precisos adentro de una curva, las hojas – camiones se van empequeñeciendo en el espejo retrovisor.







La moto es roja y el casco es negro y esta parte de Latinoamérica es linda. Más linda, Latinoamérica, está en otras partes con esa mezcla de alegría, conciencia, movilización y política que en Perú, de existir, no ha llegado al poder. Persiste, acá, uno de los últimos residuos neoliberales: Álan García, patético y espectral. Casi seguro persistirá después de él, a través de otro nombre, un neoliberalismo anacrónico que ni se preocupa de renovar sus formas de devastación social. Indiferentes la sociedad, el pueblo, la gente hacia la política, indiferente la política, sus encrucijadas, hacia la gente, el pueblo, la sociedad. En el viaje compruebo que todo ha sido encontrado, todo tiene desde hace tiempo peso y nombre, medida y precio. Gasto monedas en caramelos para lo largo del camino y adiós Arequipa. El día anterior deambulo por algunos diarios y revistas, parado frente a sus directores deduzco que la forma de hacer periodismo que leí en las biografías de quienes copio y trato de imitar, han muerto. Murió también un tiempo donde el periodismo y la literatura eran un mismo cuerpo. Ya no hay lugar para los héroes. Velaron todo junto, en cajones de madera barata que nunca pagaron. A regañadientes ellos y desganado yo intercambiamos, como capitanes de equipos mediocres, escritos por monedas. Cuando salgo de las direcciones de los diarios no sé si me voy un poco más sucio o más digno de lo que entré.





Tanta agua tan cerca de tanto desierto tan cerca de tanta agua. Arena es todo lo que veo desde hace días. Un desierto que se apropia de mi ánimo y lo influye, lo anchura, le pone risas que me rompen la boca por no tener con quien reírlas, le trae los rostros de quienes fueron y ya no son, ni serán, ( para eso este viaje ), lo estira, lo rebota, lo calca, lo eleva a categorías innombrables, lo vuelve mierda y oro, pluma y cemento, el flete y la mudanza de mis días en dos ruedas. Es bueno, este desierto, para desovar basura, dejar un poco de odio y resaca, un vómito de mucha nada muerta que se aleja viboral, produciendo un sonido de frenadas en seco. Hoy aquí, en Chiclayo, sobre esta cama prestada, escribo uno de mis deseos: que de ahora en adelante, por incontables kilómetros, sea el verde a mis costados. Verde y el amarillo que da lo que acaba de nacer, y árboles de mangos y cultivos de caña y sembradíos de piña y cascadas y puertos que retienen ríos donde barcazas inundibles llevan arroz y plátanos, hombres y mujeres casi niñas que pueblan de guachitos esta parte del mundo. No idealizo ningún lugar geográfico pero soy de las montañas. Me resto soledad en la piedra y la altura, en los bosques entre Cuenca y Loja y la roca erizada por donde bajan las cabras, los cabritos y el cabro, ( maldigo a los cabrones que, anteponiendo sus mezquindades, niegan este bello momento político de algunos países de Latinoamérica. Señora Hebe de Bonafini, de usted saco fuerza y filo, risa de la buena, paz para mi historia, no olvide que la quiero ).





Al salir de Arequipa cumplo los 6000 kilómetros rodados. Llevo la Honda Storm al service oficial, me hacen precio: cambio de aceite y ajuste de válvulas. Enrique, el mecánico que recibe la moto y me la entrega al día siguiente me sorprende soldando el cable del cuenta vueltas que lo traía roto desde Tucumán, ajustando el soporte de una de las alforjas, lavándola, y ejerciendo vaya a saber que toque mágico sobre el carburador, el resultado: la pequeña tormenta roja tiene más potencia, trepa más rápido y en las bajadas roza los 100 kilómetros por hora. Antes de irme me regala una lapicera, souvenir de Honda con el que escribo en papel estas palabras.



Jhoan es seminarista. Ha llegado hace años de la selva a la costa, de Atalaya a Camaná. Al salir a saludarme en la puerta del seminario, veo en sus ojos el convencimiento que se adquiere por la duda y la voluntad. Cuando su superior le ordena decir que no hay lugar donde acampar a pesar de tener frente a mí un cuarto de hectárea de césped, Jhoan sale y dice “ espérame un ratito ”, trota calle abajo, entra a una casa, hace una llamada que nadie contesta y le miente a Don Justo: “ ha llegado desde Argentina uno de mis primos y necesita dos metros donde armar carpa ”, “ si me dices la verdad te ayudo ”, “ en realidad es un viajero que llegó al seminario a pedir alojamiento y no quiero dejarlo en la calle ”, “ y cómo sé que no me va a robar ,” “ le decimos que le entregue el pasaporte y se lo devuelve mañana cuando parte ”, “ pues tráelo ”. Lo que termina de vencer la desconfianza de Don Justo no son mis palabras sino la pequeña tormenta roja. Luego, ya instalado en su patio, me confiesa que cuando escucha que el viajero va en moto se ilusiona de tener estacionada en su casa una de esas gigantescas maravillas motorizadas que cada tanto ve pasar por la ruta. Petizo y de curvo caminar va – viene – va entre su venta de abarrotes y el patio. Se asoma en sus pupilas el niño que aún no ha dejado de ser y pregúntalo todo. Así, la cadena motera del alojamiento gratuito que inicié en Santa Lucía retoma su eslabonamiento en el sur de Perú, orillando el Pacífico. Con Jhoan hablamos de Dios en la noche de Camaná. Él me cuenta del suyo y yo le doy señales de mis idolatrías. Descubrimos que hablamos de la misma materia que ha creado al hombre y sus mecanismos y el hombre se ha encargado de agregarle pirotecnia y parto, oscuridad y verbo. Sé que esa noche Jhoan reza por mí, vayan estas palabras como agradecimiento.





Viaja conmigo la que ayer me quiso, la que hoy me reprocha, la que mañana me espera. Viaja conmigo la que tal vez me siga, la que siempre me roza, la que en sueños me besa. En otra moto roja, delante, atrás, a mi costado. A veces se adelanta, me saca distancia, gira su cabeza, sonríe, y sus dientes y el tiempo, la historia que mantenemos a pesar de los años, su cintura y mi yema evaporan la piedra original y sus alrededores, entonces levitamos, ligeros y veloces. Llegar a Lima desde Camaná me lleva dos días y medio, el paisaje se repite latoso y constante, como el dibujo de fondo de Tom y Jerry cuando el gato lo persigue. A la entrada de Chala, bajando una curva, está la iglesia. En el camino cruzo la unión del río Ocoña con el mar, zonas de arenamiento y una huella que me lleva a la frontera difusa donde llegan las olas, no es la primera vez en el viaje que veo el Pacífico pero nunca hemos estado, con la pequeña tormenta roja, tan cerca del agua. ¡¡ Jallalla Evo Morales !!, ¡¡ Jallalla !!. Sacar la moto de la arena me cuesta largos minutos de paciencia y fuerza, caídas suaves, puteadas leves, risas sonoras. Raquel es la secretaria del cura quien está viajando por las serranías. Esta vez, ante Raquel dudando, soy el que propone trocar las llaves, ella me da las de la casa parroquial donde duermo esa noche y yo les doy las de la moto. La puedo. Domingo es profesor, recuerda que durante años un cura argentino fue el administrador de Dios en Chala y sus alrededores. Tomaba mate el cura, tomamos mate nosotros, y dos señoras y otras dos que se acercan. Hay gestos y risas, opiniones variadas, por lo bajo palabras que ratito después me hacen escucharlas. La ronda del mate, tan lejos, tan cerca, hojita verde, hermanable. La casa parroquial es un salón demasiado grande con sillas desperdigadas, bien iluminado y una pintura de Cristo con el pelo al viento y su brazo izquierdo dando medio abrazo; lo saludo, le doy las gracias y le pido permiso para dormir a sus pies, sobre la mesa, “ claro, pero sentáte adelante, poné la moto allá, saquémonos la foto ” , cumplimos la palabra.












Recapitulemos: de Arequipa a Camaná, de Camaná a Chala, de Chala a Ica. No es que en Ica no haya iglesia pero esta vez probé suerte con los bomberos y aunque no me gané la grande me dieron un colchón en el segundo piso, un baño y un televisor donde vi fútbol italiano. Un dato no menor: de todos los peruanos con los que hablé más de dos minutos no hubo uno que no me advirtiera la posibilidad casi segura de sufrir un robo. No ocurrió, y en ningún momento corrí tal riesgo, ni entrando a Lima, cuando el mecánico al que pregunté el camino para llegar a la Plaza de Armas me apostaba diez años de los suyos por cinco de los míos que al cruzar el mercado Victoria iba a ser asaltado, arrastrado por las calles, descuartizado y vendido como carne argentina. Justo es decir que las diez cuadras donde influye el mercado las crucé lívido, anémico, con chuchos de frío y temblando. Le viví el miedo al mecánico.


A Sergio Pastor lo conocí en febrero del 2007, viajamos en el mismo colectivo de Huaquillas a Tulcán, esa vez no hablamos. Dos días después, de casualidad, en el viaje de Tulcán a Huaquillas compartimos asiento, nos contamos vida y obra. Yo iba bajando urgente a Córdoba con un viaje trunco y sin remordimientos, al viejo Robert, en Bogotá, lo dejé esperando. Cosas que uno hace por el amor y sus barrancos. Dentro de pocos días después de darle un abrazo le pediré disculpas. Tres años guardé el papel donde Sergio Pastor anotó teléfono y calle. Tres años después lo llamo desde Chala. No puedo decir que éramos amigos, ahora lo siento un nuevo hermano. ¿ Cuál es su virtud ?: me hizo sentir propio todo lo ajeno, me hizo olvidar todo lo lejano. Apenas llego me va a buscar a Miraflores, lo sigo en la moto, me invita a cenar junto a su familia y esa noche terminamos tomando vino peruano con Sergio junior en la plaza de Surco, el barrio donde viven celebra la vendimia. A la mañana siguiente vamos a Los Olivos, norte de Lima, a un departamento que ya no utilizan y donde voy a quedarme nueve días, tan tranquilo, tan a gusto que no me dan ganas de recorrer la ciudad fundada en 1535. Es tan simple su hospitalidad que me descoloca. Me da las llaves del departamento y deja que haga a gusto, si necesito algo sólo tengo que llamarlo. Mientras esto escribo caigo en la cuenta que no nos tomamos ninguna foto, no hizo falta, su imagen está hecha de la mejor humanidad: la que se comparte. Algunos elementos que hacen de Lima un monstruo indefenso por el que uno termina sintiendo ternura, horror, añoranza y piedad: las busetas, el tránsito, “ te van a robar ”, las distancias, Barranco, los bocinazos, “ te van a robar ”, el ceviche, la calle Quilca, la plaza San Martín, la hija de Fujimori, Keiko, a la cabeza de las encuestas para presidente, “ te van a robar ”, el Callao donde en la misma cárcel de máxima seguridad pasan sus días Abimael Guzmán y su captor captado: Vladimiro Montesinos, las chifas, los mercados, los libros pirateados, “ te van a robar ”, la parada sobre la Panamericana Norte donde bajaba para ir al departamento, las moto-taxis, la ensalada que comí durante todos esos días, la nueva Alameda en homenaje a Chabuca Granda, Martín Adán, los huevos que se venden por kilo, “ te van a robar ”, “ te van a robar ”, “ te van a robar ”. Después de nueve días comprobé que Lima es una abuela de 475 años que se caga encima pero, por y para horror de la naturaleza, sigue pariendo hijos y extendiendo su matriarcado hacia donde haya un pedazo de tierra, o de arena en su caso. En Lima, como antes en La Paz y luego en Arequipa, conocí poetas, escritores, editores y afines, de ellos hablaré en próximas entradas. Quedan, en la zanja de este escrito cosas sin contar, dispongo el material sobre la mesa y elijo situaciones, lugares, personas, mucho de lo apartado es invalorable aún, el tamiz del tiempo y la distancia depurarán los hechos, le dará nuevas entidades, aparecerán en próximos escritos. La escritura, la que tiene intenciones de validez, toma su tiempo, se estira, elije sus formas.











Recibo un mail, dice: “ serás bienvenido en mi casa. Recorre con cuidado las rutas del país, es época de lluvias ”. El árbol se levanta todas las mañanas y despierta a sus frutos para hacerlos crecer. Por primera vez, en años, tengo una meta que no tiene que ver con la autodestrucción. Ya no saco la balanza cada vez que tengo que elegir caminos. Del bosquejo original de este viaje perduran algunas líneas, lo demás fue borrado por el acontecer. Recuerdo el proverbio chino: “ ten cuidado con lo que deseas, se te puede volver realidad ”. Mi realidad de hoy es un deseo viejo, cuando cumpla la meta lo veré morir como muere Clint Eastwood en uno de sus film, sin esperar a que ruede la rueda para echar a andar. Estoy andando. Tengo una meta. Y otra, y otra más. Al cumplir la primera volveré a cortar amarras. Los barcos en el muelle están insoportables.





sábado, 8 de mayo de 2010

Vuelvo A Vivir Vuelvo A Cantar

Mis Dos Peligros





Dos peligros corro desde que ando en moto.

Uno es triste como el peor de mis días tristes,
el riesgo de caerme cuando trajino rutas,
doloroso y real, existe,
no le pongo cabeza pero siempre está
por más precaución y conciencia,
por más casco y frenada,

con Lucho Ramirez hablamos de caídas,
él tuvo las suyas en su bicicleta,
bajando a 60, 70, más de 80 kilómetros por hora.

El otro peligro es dulce y alegra,
engorda a buen ritmo,
se alimenta de encuentros fortuitos,
de estar en el lugar exacto al momento preciso,
de poetas y bomberos, de visiones que procreo
cuando ligo paisajes con palabras,

el peligro de que esto se vuelva constante,

que esta parranda encantada
repita sus celebraciones
sin necesidad de fiestas patronales,
y el dolor del mundo ya no pose en mi espalda
sus patitas frías de lagartos agónicos,
de que olvide el tiempo en que rompí el amor
y repare la estela del cometa en mi espacio,
de que el llanto arrastre su cuerpo de islote
a otras cavernas y deje abandonadas
las que me nacieron por desgana y maltrato,
de que en estos andamios donde hago equilibrio
se posen los pelícanos que me crucé en Huanchaco
y tomemos, cantemos, partamos.

Rayos solares serán más intensos mañana…

Dos peligros corro desde que ando en moto.