domingo, 27 de febrero de 2011

El Dream Team De Parguito Beach


En cosas como estas gastamos las edades: subir la moto a un ferry, navegar cinco horas, llegar a la Isla de Margarita. Comprobaríamos, casi un mes después, que existe una isla aún mas grande, mas verde, y con un aire metafísico que descareta toda espiritualidad banal y rebuscada, una isla de cascadas, vientos suaves, jaspe, indígenas y cerros que estuvieron a punto de nacer antes que la tierra misma: La Gran Sabana. Qué va!, justo es decirlo: es hermosa Venezuela. Aunque varias veces, en tono de disculpa y omisión, nos dijeron: “es que esto es una isla”. No, nada de isla tiene este pedazo gigante de tierra anclada al frente de Cumaná. Fue aquí, un viernes, yendo a buscar agua, donde nos cruzamos con un Mercalito, en el patio – garaje de una casa de familia, un mercado socialista de alimentos donde el precio no responde a la berretada teórica de la oferta y la demanda, fue aquí donde explicación de Susana mediante, comprendimos de la importancia de los Consejos Comunales como etapa superadora de la democracia delegativa hacia la participativa, aquí donde desenmascaramos a mas de un argentino que cree poder simpatizar con la revolución chavista y odiar al kirchnerismo, aunque quizás esa postura los explica y los defina: normalmente simpatizar con algo es sinónimo de no comprometerse con ello, y fue aquí donde tuve una discusión que rozó lo violento con un hombre ya viejo al que la vorágine de la historia venezolana actual le desacomodó todos los estantes de lo que él creía una vida entendida, desplegada y bien administrada, ejemplo acabado el opositor al que, cuando se le desbarata con argumentos la endeblez de los suyos, no le queda otra que levantarse e irse. Un escuálido perfecto.







De haberle conocido el tamaño a esta isla no hubiéramos llegado de noche, porque desde el puerto donde bajamos del ferry, bajamos la moto y nos subimos a ella hasta la casa en Playa Parguito son alrededor de 60 kilómetros y recorrer esa distancia en noche cerrada, por una autopista sin demarcación y en donde el 99% de los conductores son venezolanos no es la mejor manera de pensar un desembarco. Pero en la isla estamos y por sus rutas rodamos. Fuimos a Playa Parguito porque en ella está la casa de Ismael, Murí y Susana. Ismael es cordobés, vecino mío del barrio Los Plátanos y cuando nosotros llegamos a su casa en la playa él esta en Córdoba donde a regresado después de un par de años en compañía de Susana y el pequeño Murí, y desde allá le avisa a José y a Nila que estamos por llegar, que nos esperen, que somos parte de ellos y que nos compartan su plato y su techo, su plan y su risa, lo mismo le dijeron unos días antes a Enzo y Suramy. Y el José que es cordobés como el Ismael y como yo, y la Nila que es porteña pero no se le nota porque prevalece en su trato sangre del norte argentino, es decir buena leche, casi que lo mejor de mi país, nos esperan y hablamos, la primer noche recién llegados, de algunos personajes de Córdoba y con José nos reímos de ciertas coincidencias, amigos, lugares, nostalgias en común. La casa de al lado funciona como camping y en ella se alojan otro cordobés: el Pedro y Rodrigo, chileno, con él que nunca, a pesar de haberlo vagamente planeado fuimos a pescar. Quedan así mas que presentados esbozados, con el trazo difuso de mis palabras, estos personajes, el Dream Team de Parguito Beach.






Todo le pertenece al mar en esta isla. Hasta los cerros un día volverán a ocultarse en el manto acuático. El mar. La tarde que su oleaje agresivo, bruto y crónico se convierte en violento tenemos que pedir ayuda a dos chicas que corren por la playa para poder salir. Un día después llega a la casa un vecino con la noticia: una turista argentina se ahogó, al otro día un francés y otro argentino. El mar, sus pertenencias. Sin embargo cuando se cruza la barrera de su ira hecha olas se compensa el esfuerzo flotando sobre un pedazo de tergopol que semeja una tabla surfista. Pequeña, ante la presión oceánica parece partirse. Me gusta quedar a merced del oleaje. Cuando la ola eleva su estatura dejo de ver a Andrea leyendo en la playa. Sólo unos segundos, luego la ola baja, se convierte en llanura, un pelícano dispara el proyectil de su pico, incrusta su plumaje en el cuerpo marino. Suelto la tabla y me sumerjo, intento llegar al fondo oscuro, cuando salgo la tabla flota a un metro. En cosas como esta me divaga la tarde. Volver es otro esfuerzo. Volver siempre es otro esfuerzo, a la casa, a la playa, al origen. Lo saben los pelícanos que en grupos de doce, de siete o solos regresan hacia el lado de Juan Griego. ¿ De donde regresan si es regreso el vuelo que los lleva ? Quizás están volviendo de un retorno que aún no han comenzado. No sé lo que ellos saben porque mi vuelo es por tierra y el suyo es por aire.












Todo el ruido que llevamos dentro cierra la boca cuando llegamos a la Península de Macanao, al otro lado del ruidoso mundo margariteño de Porlamar, de Playa El Agua, de La Asunción. Aquí la vida responde al tiempo en que aún no existía el pequeño puente sobre la Laguna de la Restinga que ahora siamesa las dos mitades. La sombra de los árboles rescata a los viejos del sol. La ruta, de unos cien kilómetros de largo, bordea el mar y envuelve pequeñas montañas. Hay cactus como manifestación de lo áspero. Si se trata de llegara a la noche haciendo el menor esfuerzo estos hombres van por el buen camino. Filtra su quietud un movimiento sutil, el péndulo que temporiza el vaivén de sus almas hace que un segundo dure tres, hasta cuatro. “ ¿ Apurarse ?, ¿ para qué ?, ¿ hay acaso donde llegar ? ” elegimos que nos dirían si algo nos dijeran. Hasta el mar cuando llega a estas playas lo hace sin vorágine, anémico. Parece costarle esfuerzo lanzar su ola, desacomodar la arena, desordenar caracolas, rayonar, una y otra vez el endeble dibujo de la espuma en la playa. Cuando arquea su cintura y recoge sus olas como el pescador sus redes deja ver, en sus cicatrices acuáticas, la suma de todas sus edades: es un mar cansado y sin embargo ahí vuelve con sus redes. Se hacinan los pelícanos en un bote anclado, debajo del pico de unos de ellos, en la hamaca que forma su buche da dos, tres saltitos la última agonía de un pequeño pez, luego se lo traga.






Hay en el día un punto de encuentro entre el hombre y la noche, un sitio que no tiene paradero en el mundo y sin embargo ocurre. De allí sale, como de un hotel de paso, joven la noche y el hombre envejecido. Antes tenía por costumbre despertar sobre un cúmulo de cenizas ajenas, pero ya nada queda de aquellos funerales. No pido perdón por esta buena racha que arrojo en los ojos de algunos canallas. Soy feliz, estoy en Venezuela, con Andrea a mi lado el amor no me falta, y escribo: escribir, por estos días y en estas latitudes es prepararse para nuevas batallas. Hasta la noche es temprana. Andrea lee un libro que sin gustarle demasiado terminó por atraparla. El niño Murí, en la gloriosa edad de la primer infancia, descansa de sus juegos de pirata, Susana acomoda su espacio reconquistado. En una pieza de la casa de al lado Pedro, Rodrigo, Nila y José enhebran países a conocer, planean rutas, piensan itinerarios, expanden su viaje.









Fue un toro errante de la pampa argentina que en Isla de Margarita encontró su lugar este Ismael Cuello: pura voluntad, puro tesón, pura constancia. Junto a Susana levantaron su casa. Proyecta sembrar otros árboles, expandir su taller, levantar más paredes. No le pregunté pero seguro piensa que en la otra vida se descansa. Esta noche pule, como buen artesano que es, una y otra y otra vez las notas de Orfeo Negro en la trompeta. Un toro de la pampa parado frente al mar. Música de tamboras a este escrito no le vendría nada mal.



Como yo le hablo de Chávez a la Andrea mi viejo a mi vieja le hablaba de Perón. Vuelve a darse aquel tiempo, vuelve a ser en el sur. Conozco quienes creen que la única revolución valedera es la espiritual. No han perdido su fe en la humanidad, vinieron con ella y cuando esta recoja sus últimos trapos con ella se irán. Yo sigo, a pesar de la exquisita materia humana que se me ha dado a conocer en estos últimos meses, dudando del hombre y de mí, - hablo de dudas y no de creencias -, pero el colectivo que emprende una marcha cuyos fines son devolver al hombre a su sitial primitivo, hacer de él algo más que la trastienda de un horror que se repite, que cuente conmigo. No con estas palabras porque una revolución no se hace con palabras. Que cuente con mi gesto: este viaje, sus paralelos futuros. Si se oye crujir la raíz del hombre proviene de estos lados. No es un hombre nuevo, es el mismo y remanido hombre que decide cambiar su coraza. Ocurre casa tanto. El hombre, cansado de ser hombre, reinventa sus causas. De eso se trata esta conmoción. Y sucede en Venezuela.