jueves, 10 de junio de 2010

AQ -DQ ( Antes de Quito - Después De Quito )

A Sofía

" Hoy en mi ventana brilla el sol,
y el corazón,
se pone triste contemplando la ciudad,
porque te vas... "

J. L. Perales






















Cuando llegué a Quito ya todo estaba hecho. Los trolebuses seguían funcionando de manera sincronizada, cada esquina tenía su semáforo, cada semáforo su malabarista, las guayabas en los mercados alborotaban con su olor los quehaceres matinales y las lluvias de mayo cumplían su escaso organigrama de humedad y hastío. Si entraba a un restaurante el plato estaba en la mesa, cuando iba a saludar a alguien me esperaba con el brazo tendido, la mano abierta, el ¿ cómo has estado? en la boca. Todo me estaba aguardando. Los huevos tenían fecha de vencimiento, el magnicidio había ocurrido y la flaca mortal se paseaba silente como si yo no fuera de carne y hueso. Casi todas las mujeres estaban en pareja, casi todas las imprentas trabajaban a buen ritmo. No quedaba otra cosa que entregarse al amor. Sabía, desde antes de ir al gimnasio de San Juan, en las alturas de Quito, que la mejor humanidad es la de los boxeadores. Yo no voy a volver a este mundo porque el mundo y yo no nos llevamos nunca, cuando él se pone amable a mi me da por lo bárbaro y cuando me lleno de miedo y necesito su ayuda le da por esconderse. Yo no voy a volver, cuando me vaya del todo, a este mundo, pero cuando fumo en la ventana del tercer piso de la esquina de Uruguay y Río de Janeiro y miro el verde de las montañas entonces pienso que hubiera sido hermoso ser boxeador, saltar la cuerda, darle duro a la bolsa y duro jugar con la sombra y luego intercambiar guantes y salir con el cuerpo dolorido y leve. Cuando llego al gimnasio ya terminó la rutina del día pero el profesor dice a sus muchachos que suban al ring, que se calcen los guantes, que bailoteen por el cuadrilátero y los muchachos boxean, saltan, hacen cintura, sudan. Debe haber, si hay paraíso, en el centro de él un cuadrilátero. Y al lado una cama donde duerme desnuda Layla Alí. Mi negra se parece a Layla Alí, por eso es que me gusta, por eso es que me puede. Últimamente las cosas se parecen a lo que quiero que se parezcan, ese es el secreto. Bella humanidad la de los boxeadores, hermoso cielo el cielo ecuatoriano. Sofía voto por Correa pero ha dejado de ser correísta, como muchos de los indígenas que marchan protestando por la Nueva Ley de Aguas que el gobierno está pronto a sancionar. No tiene, el movimiento indígena, la fuerza de otros tiempos, por eso suena a imposible el pedido de renuncia que le hacen al presidente. Dicen defender la desmercantilización del agua, de la tierra y de la vida en general. Les asiste, en esta, la verdad. Cortan rutas, son reprimidos. A diferencia del gobierno argentino, el gobierno ecuatoriano reprime. Mal gobierno el que reprime. Buen presidente Correa. Lo dice la mayoría de los ecuatorianos a quienes les pregunto, satisfechos, atentos aún. Cuando hablo con la periodista de Telesur coincidimos en la misma sensación contradictoria con respecto a la ley de aguas, a sus consecuencias. Es un ser vivo la política en Ecuador. La Revolución Ciudadana se hace día a día, avanza, retrocede, salta de repente, se aquieta, se agita, retrocede, vuelve a avanzar, y respira, sobretodo respira, y es agradable su aliento, es un aliento joven, tiene larga vida para el bien de Latinoamérica. Tengo, en los días de Quito, olor a caballo. Impregno con ese olor la campera que me olvidé en tu casa, por eso cuando la hueles huéleme caballo. Yo te huelo a limón y marihuana. No quedaba otra cosa que entregarse al amor. Pienso, cuando voy hacia el norte, a la casa de Roberto que me espera en Ibarra, sobre los días decisivos. No sé cuáles son, en mi vida, esos días. Sé que si no hubieran aparecido mis demonios hoy estaría en Quito, mirando el mundial, amaneciendo a tu lado. Pero una parte de mi es a través de mis demonios. Sé también que, de volver a vernos, otros seremos. Y sé que a mi edad duele menos la soledad que el amor. No puedo con mis volcanes. Vamos, un sábado soleado, hacia el cráter de uno de ellos, ahora laguna. Su agua tiene azufre y es salada, vino caminando su anatomía acuosa desde el Pacífico y encontró a su paso un paisaje de sembradíos y caminos arenosos, entonces decidió quedarse allí, acostarse lentamente, llenar el cuerpo vacío, la silueta redonda del volcán inactivo. Tenemos tres caídas, una de ellas perfectas. La primera deja un tirón en la espalda de Sofía, la tercera amorotona todo mi pie derecho. Una caída en moto es perfecta cuando yendo hacia el norte se termina, en milésimas, hacia el sur y sus consecuencias son el asombro y la risa. Es tan grácil la primer caída que quienes la vieron tienen ganas de aplaudirnos. Unos kilómetros más adelante la repetimos, esta vez sin público. Al regreso, saliendo de Quilotoa, el viento agita las plantaciones, garúa durante unos minutos y doblo las curvas con cordura y cansancio. ¿ Son estos mis días decisivos ? Voy a tener que tener coraje. Viajo por miedo, porque el viaje me produce un miedo atroz y no me queda otra que enfrentarlo. Viajo porque creo en los que tienen pendiente irse a algún lugar. Viajo porque creo en los que enfrentan sus miedos, y creo en los miedos monumentales, en los que producen la traslación. Quito es el punto sin retorno de mi viaje. Llegué aquí alejándome de algo conocido, cuando salga de esta ciudad empezaré a acercarme a algo desconocido. Veo por el ojo de la cerradura, otro ojo, también mío, mira desde el otro lado de la puerta. Todo viaje tiene una dirección, voy hacia un norte inserto en el Gran Sur, en eso me parezco a mi destino, siempre un elemento inserto en otro, la risa en la alegría, la belleza en sus labios cuando me dice “ oye ", el baile en la cintura de Sofía. Unos minutos antes, las dos viejas que están detrás de la reja me han pedido, sin emitir palabras, algo para comer, sin emitir palabras les digo que nada tengo, ellas se miran, ríen y siguen en su mundo escaso y amoroso. No quedaba otra cosa que entregarse al amor. Al amor vertical, premundialista. Al amor que puso en jaque durante días la planificación del viaje. Hizo temblar la meta. No hubo nada que hiciera peligrar tanto a la revolución bolivariana. A veces, de pobre que estoy, le robo el vino al vecino y la yerba a la negra. Y otras estoy como Joe Frazier, ( ¿ conocen la frase de Frazier ?, dice: “puedes usar mis zapatos, puedes ponerte mi sombrero, pero…, no gastes el tiempo intentándolo, no te quedaran como a mí, no los lucirás como yo ”, algunos creen que Frazier es la antítesis de Alí, hasta el mismo Alí lo cree, pero no es su antítesis, es su complemento: perfecto, acabado, preciso, como una escultura de Villamizar que, a través de la demostración de Orlando, comprendí que es mucho mejor que Negret ), con un solo ojo enfrento la ruta, aunque en mi caso no la enfrento, la abrazo y a veces en caminos provinciales, para descansar, me recuesto sobre el tibio asfalto y miro al cielo, mis dos abuelas muestran sus dentaduras postizas: la buena risa de sus inmortalidades, mis dos abuelas más las siete abuelas tutelares que me reciben en el temazcal, un domingo a la tarde a las afueras de Quito, en medio del corazón vaporoso de un cerro desde donde el Cotopaxi nos mira y lo miramos. Buena vida la que llevo. Si me quejo es por costumbre. La cuota de racionalidad me la gasto en las curvas, a la irracionalidad le reservo ciertas noches, ciertos hechos cuya trascendencia es tripartita, necesita una parte de dolor, una de alegría y otra de agonía silenciosa, como cuando la pequeña tormenta roja encara una subida andina y me pide estar sola, en silencio, con el viento rozándole su vientre metalúrgico. No quedaba otra cosa que entregarse al amor. Un poco de desorden en el precario orden de mis días de motociclista. Dice que extraña mis mates dulces, yo le extraño la espalda. Un sábado de junio, por el camino más largo hacia el norte, salí de Quito, por segunda vez, hacia la frontera con Colombia. Soy un hombre que ya no tiene cosas para olvidar, por eso a veces, rodando caminos, abro los brazos, elevo mis ojos al cielo y dejo que mis dos abuelas fundan sus historias con las mías, camino al norte del Gran Sur.






















3 comentarios:

Damian38 dijo...

hola loco!!
una locura tu viaje!
yo tambien tengo una storm y mato por salir a rutear
lo que pasa es que mis malditas obligaciones no me dejan!!
la mejor para vos.
cuantos kilometros le hiciste a la motito?

Anónimo dijo...

Ja! creo q solo por la ley de simetrias este texto es inferior a los anteriores porq las circunstancias q lo dictaron son, en buena hora, muy superiores. ah, me habló Ronald pero yo no estaba, igual contá con él.. se vemo

domizzi

Anónimo dijo...

que bellas palabras, que bellas las fotos , me traen muchas cosas hermosas en mi memoria, ando caminando un camino , para recobrar la memoria, asi que, gracias por haberme dado TANTO, asi el universo , te lo devolvera.
te quiero mas ...
Sofía