martes, 13 de abril de 2010

Viajar

a Gonzalo, a Olger, a Samuel

Viajar es pedir. Viajar es necesitar de los otros. Lo sé desde que tengo 14 años. Desde que, mapa en mano, a finales de los '80 planeaba subirme al tren en Alta Córdoba y llegar a La Quiaca. Pero siempre el miedo. Ese es un barranco demasiado oscuro para mi zancada. Eso creo, lo asumo, y asumo vivir con miedo. Ayer llegué a Puno. El viaje, desde mi, por y para siempre revisitada Copacabana, fue tranquilo.




La única anécdota rescatable, que como toda anécdota es pasajera y sólo queda en el recuerdo de quien la vivió, es el reto que me propinó, al entrar al centro de Puno, un joven policía de tránsito. Le dejo, gustoso, que ejerza su autoridad, y gustoso le doy, cuando me pide esperando encontrarme en falta, el papel rugoso que acredita el seguro internacional contra terceros, ya pesaba demasiado la inutilidad de 120 pesos gastados, hasta ayer, sin sentido. Ahora sólo siento, en mi bolsillo, el peso y los pesos pagados por el carné de conducir internacional. ojala en alguna frontera le dé uso, lo valide. Después del sermón le digo que me indique la zona de los hoteles baratos, al final recaigo en el Virgen de Nieves, un hostal de medio pelo donde estuve hace tres años. Caminar por la peatonal, comprobar la imposibilidad, gracias a la guardia municipal, de intentar vender boomerang y escritos. " En Una Moto Roja " y " Algunos Escritos En Busca De Monedas " son las nuevas producciones fotocopieriles. Regreso al hotel, veo el resumen de los goles, Nacional Geograpich, Globovisión, empiezo a saborear, a través de este canal antichavista, la polarización que divide a la sociedad venezolana. No lo vi en Bolivia, donde el proceso del Estado Plurinacional tiene más en común con el proceso argentino.

Veo " Aunque Usted No Lo Crea " de Ripley.

Pongo a hervir tres huevos en la olla que compré en una calle de La Paz., Necesito que endurezcan, van a ser mi merienda mañana en Arequipa, según mis cálculos. Estoy a 3800 metros sobre el nivel del mar, la altura, por mi moto, es un factor siempre presente. Pregunto y repregunto las características del camino a Arequipa, sé que vamos a llegar a los 4500 metros de altura, atravesando una reserva natural donde las vicuñas, las primas del animal más hermoso del mundo, te señalan el camino. Eso me dirá, en Santa Lucía, Olger, así el nombre de quien me va arreglar la moto.





La ruta a Juliaca es intrascendente, atrás queda el lago, la moto va bien, entre 72 y 77 kilómetros por hora, hay frío, cientos de ovejas, algunas vacas, la vía del tren abajo junto al río, los carteles del camino, las cruces, los camiones que me pasan, en una bici dos ciclistas, la bocina que antecede a mi saludo, los perros que no ladran, casas al costado de la ruta, el adobe, las polleras, otras motos, los cerros a lo lejos, tímidamente verdes, restaurantes que anuncian trucha frita. Faltando 10 km. para llegar a Santa Lucía la moto, a través de una larga y pronunciada desaceleración anuncia que por hoy, haciendo uso de de la potestad adquirida y aprobada por quien esto escribe, no va más. Es inútil que le hable ( sí, le hablo, sobre todo cuando estoy delante de otras personas. Es lindo ver reír a esa gente. Y mi felicidad es completa cuando veo la cara que ellos ponen al ver que la moto me responde ), porque aquí, a 10 km, de la civilización, la moto, la pequeña tormenta roja, la pintada con sangre de mi corazón, la muy guacha, nada dice. Es temprano, me alegro por algo: no hay en mí el menor síntoma de desesperación. " No tienes miedo de viajar solo " me pregunta la mujer de Olger. " Bueno, cuando esto ocurre, y sabía que en algún momento iba a ocurrir, siempre habrá alguien que me ayude ". Es ley, de los hombres. Otro apunte: en estos pocos días que llevo viajando compruebo cuanto he dejado de creer en Dios, más si tengo en cuenta que a mis 20 años, entre Colombia y Panamá, viajaba con una biblia en la mano. Cada dos minutos le doy arranque, es inútil. la llevo a mi costado pero en una subida me canso demasiado. Pasan autos y camiones. Colectivos rumbo a y viniendo de Arequipa. Media hora después le hago señas a un peruano que viene en moto. Nada tiene de extraordinario estando en Perú. Abundan, las motos y los peruanos. Va a trabajar a un campo cercano. Ya lo dije en este blog: nada-sé-de-motos. Se lo digo y él hace su parte. Rato después descubre el problema: del tanque de combustible baja una manguera que, previo filtrado, lleva la gasolina al motor. El filtro, de sucio, no deja paso. Le digo que me arrastre, soga de por medio, a Santa Lucía. Le digo que le doy 10 pesos peruanos, lo creo justo. Eso lo decide. Como sé que esta historia va a terminar bien saco una foto.






Varios minutos detrás de una moto de 150 centímetros cúbicos, destartalada. Atravesamos todo Santa Lucía y en una de sus últimas calles, doblando a la derecha, en un callejón de tierra y piedras, empotrado en una pieza oscura y con manchas de aceite, está el taller. Intercambiamos direcciones con quien me remolcó y le digo que si la reparación tarda demasiado voy a hacer uso del número de su celular, lo voy a llamar para ver si tiene un lugar donde armar la carpa. Olger, mientras tanto, ya llevó la moto frente a la puerta del taller. Va, viene. Trae en sus manos un embudo y un balde. Desagota el tanque. En el colador del embudo quedan pequeñas piedras, una babasa símil silicona y hasta rastros de papel higiénico. Ríen, río, reímos. Me justifican, sus risas, ante el universo. Qué hermosa gente la gente que se ríe frente a una parva de palabras absurdas que son, en su mayoría, las que salen de mi boca. " ¿ Cuánto te debo ? ". " No sé ", me dice. Con respuestas como esta tu marido se va a fundir le digo a la muchacha que vuelve a reír. Ha llegado, Olger, desde un pueblo cercano para no ser la competencia de quien le enseño el oficio de mecánico. Eso me cuenta en el restaurante donde tomamos primero la sopa y después comemos trucha frita. Pido picante. Me gusta la sensación grata, desesperante, de ardor y asfixia que siento en la boca, además sé que me quita el hambre. Olger y yo comemos con hambre. Tomamos una coca, hace largos días que como sin gaseosa. Cuando salimos decido partir a Arequipa mañana por la mañana.





El cielo anuncia lluvia, y este cielo no se anda con amenazas. Es como Chávez, lo que dice lo hace. Por eso busco donde armar carpa pero la llamada se corta. Salgo de la despensa que a su vez es locutorio, garaje, hostal y verdulería, todo en una casa de tres anchas puertas. Voy rumbo al taller, un chico en bicicleta me pregunta y yo respondo con preguntas " Iglesia hay pero atiende los domingos ". " ¿ Y municipalidad ? ". " Sí, y tienen un centro de recreación, ahí vas a poder dormir ". Ñlegando al taller la moto le causa sensación, es raro, en Perú hay cientos iguales o parecidas pero la pequeña tormenta roja, con sus alforjas hechas a base de cpu en desuso siempre da que hablar. La mira como se miran los objetos inabarcables. Como miré, en el bar donde tomamos café con su madre, los ojitos de la pequeña Arumazul cachetitos grandes, la tarde en que aprendí que al pasado no se lo debe tocar ni con la luz roja de un láser. Compruebo, al mirar a la mujer que está sentada frente a mí, que de la muchacha divertida y espontánea nada queda, el tiempo la ha convertido en señora, demasiado señora. El pasado es el lugar más seco de la tierra, más aún que el desierto de Atacama, al que crucé en dos días, hace semanas. Y no sé donde comienzan, el desierto y el pasado, ni sé donde terminan.




Me aseguro que la soga que sujeta al bolso donde llevo la vajilla: un plato, un vaso, una olla, esté bien atada, saludo, repregunto: " ¿ cuánto vas a cobrarme Olger ? ", " dos pesos ". Caramba, con mecánicos así el capitalismo tiene sus días contados. Cuando llego a la municipalidad la muchacha de secretaría escucha un tema conocido por todos. " Hay que esperar al regidor ", me dice Don Francisco, " pero sí vas a poder quedarte ". Viajar es pedir. Viajar es necesitar de los otros. Hacérselos saber. Anónimos, semidesconocidos y ultraconocidos por mi, escasísimos lectores de este blog, saluden al regidor: Samuel se llama. 30 años, 2 hijos, microempresario con criadero de truchas propia, con parcela de tierra donde cultiva quinoa y dos especies de papa, con título universitario que lo habilita para trabajar en las minas haciendo volar montañas " ¿ Y por qué no ejerces ? " " Ya no conviene, convenía hace años, con este Alan García ni criar alpacas conviene " Con una radio de frecuencia modulada donde conduce todos los días a las seis de la mañana el programa Frecuencia Bailable, una hora a pura cumbia y una que otra información de la región. El aula donde duermo la noche del día que pensaba llegar a Arequipa ha sido usada, hasta hace poco, para dar clases de computación. Varios pupitres están arrinconados. Hay una cama de dos plazas sin colchón. En el segundo piso también está la pieza donde duerme Samuel, de allí saca un colchón y me dice que use las frazadas que quiera. Uso ocho, la cantidad es proporcional al frío que hace. Afuera llueve. Apenas terminamos de acomodar la moto bajo techo comenzó a caer agua en forma torrencial. Preparo un té que termina tomando el regidor. " Recién ahora empezamos a tener contacto con las comunidades aborígenes de Bolivia ", dice. Alrededor del pueblo se asientan varias. Como la mayoría de los habitantes de esta parte de Perú Samuel habla quechua. Lo aprendió al mismo tiempo que al idioma español. Siempre tiendo a llevar la conversación hacia la política. No me interesan las personas a las que no les interesa. Nos brillan los ojos de alegría cuando descubrimos nuestras coincidencias en esta materia.




A las cinco y cuarto de la madrugada suena el celular – despertador. Faltando veinte para las seis Samuel me viene a buscar para ir a la radio, él se ha levantado a las cuatro, es el encargado de abrir y cerrar la llave que provee de agua a todo el centro de recreación. Está acostumbrado, se levanta temprano desde niño y lo hará hasta sus últimos días. La radio es una pequeña pieza empapelada con afiches de cantantes de cumbia peruanos. Hombres y mujeres, algunos de Puno, otros de Juliaca. “ Tarda en calentar la computadora " y mientras lo dice le da dos golpes suaves con una mano y con la otra lleva el dial de un viejo grabador hasta la otra radio del pueblo, su competencia. “ Escucha, sólo propagandas ”, y las propagandas versan, la mayoría, sobre un medicamento para prevenir el cáncer. Más de 400 temas me traje en dos mp3 y tres cd. De estos últimos dos son de La Mona Jiménez y uno del Chango Rodríguez. Durante la hora en que transcurre el programa habrán de sonar cuatro temas de Jiménez y cuatro del Chango Rodríguez. Con fondo musical de cuarteto cordobés Samuel me pregunta sobre Argentina, sobre Bolivia, sobre Perú y yo contesto lo que sé y lo que no sé lo invento, y la invención no es falta de respeto, Samuel lo sabe y deja hacer. Por primera vez en el viaje estoy en un programa de radio, sabía que en algún momento, en alguna FM, alguien me iba a preguntar y yo a responder, lo que no sabía es que mientras mi voz y la de Samuel se escucha a través de la radio en Santa Lucía la Zamba de Abril suena de fondo. Hablamos y reímos a las seis y veinte de una mañana fría mientras en la calle principal del pueblo se va armando la feria de los sábados. De los cerros bajan a vender, a trocar, a comprar. Carne de alpaca sobre pequeñas mesas. De los dos cd de la Mona uno queda en la radio. Cuando salimos, a las siete y cinco Samuel casi que me ordena desayunar caldo de cordero. En una mesa cercana él y su familia hacen lo mismo. Rocoto incluído. Luego una taza de té. Hemos sido niños dentro de la radio, nos hemos divertido sin importar lo que decíamos y sé que dijimos cosas importantes. En este restaurante oscuro todavía nos dura la alegría. Subimos hacia el lugar donde termino de guardar las cosas. “ A eso de las doce, dice Samuel, me voy a la laguna a dar de comer a las truchas ”, pero recién son las ocho de la mañana. A la laguna la habré de cruzar 30 kilómetros después de salir de Santa Lucía, mientras un cóndor revolotea la marcha de la pequeña tormenta roja. Zigzagueando entre feriantes que poco espacio dejan en la calle principal busco la salida hacia Arequipa, arriba, en la cancha de cemento del centro de recreación diez chicos juegan a la pelota mientras otros diez los ven jugar. Desde un ventanal del segundo piso Samuel también los ve mientras espera la hora de ir hacia la laguna. Acelero y la moto avanza, y la ruta responde con pequeñas curvas, con subidas ligeras. Entonces pienso que la alineación de los astros juega sobre mi cabeza con cartas a favor. Y cierro uno de los tantos círculos que el sólo hecho de viajar abre día a día. Y empiezo a dilucidar de qué se trata este viaje. Me preparo para vivir en los polos, de eso depende mi permanencia en la dignidad. Hasta ahora, a los tumbos, lo he logrado, aunque he tenido mis recaídas, sobre todo cuando se ha tratado de mujeres. Cerraron las heridas, vivo con algunas cicatrices, cada una del tamaño de la boca de quien besé, de quienes me besaron. Viajar es pedir. Viajar es necesitar de los otros. Hacerlos indispensables, para luego, en razón y acto de agradecimiento, digno a másno poder, trastocar los polos. Darse entero. Y darlo todo.





4 comentarios:

alobelgrano dijo...

muy bueno el relato lucas. me alegro de haber encontrado este blog, te seguía desde cuarteto bolche.

Anónimo dijo...

la poesía motorizada!
como? donde vas? lucatero...
te quiero seguir la pista no mas.
ivan landinez.

Anónimo dijo...

claro que no tiene nada de raro el peruano en el lomo de su moto peruana en el perú..perdón por la insistencia.
ivan landinez.

Anónimo dijo...

Terrible el relato hermano!! Mucha vida, y otra vez las coincidencias sobre muchas cosas. Como vos me dijiste alguna vez, qué alegría da leerte!! qué alegría!! Saludos para el resto del viaje, te mando un abrazo a la distancia y que siga!!

el barnes.