lunes, 15 de marzo de 2010

En Una Moto Roja


a Katharina


Puse a Perales en el mp3 y aceleré a 80 km por hora y cuando se acabaron sus canciones le siguieron las mismas que escuchaste en el avión que te regresaba a tu país. Así anduve, kilómetros y kilómetros, comparando este andar en moto con aquel en bicicleta, y el tiempo, esa laguna espeja y brumosa que hay entre aquellos días y estos, iba conmigo.


Me colgué en Tucumán, me " colgué " del verbo quedarse. Anduve, por las tardes, caminos que antes hice en auto o en bici. Tienen para mí, esos caminos, la fragilidad de las cosas que construyen la infancia. Entonces mi abuela era uno de los puntos neurálgicos de esta zona. Ahora lo frágil se me volvió coraza.


Como no tengo un plan de viaje a veces, en medio de la ruta, detengo la moto, apago las luces, siento la deriva. Conozco el punto de partida, sospecho el punto de llegada. En el medio visito a un primo desconocido, pago el service de los 3000 km, comparto un sábalo, un lechón, un guiso de arroz, vino, fernet, soda, cerveza, intento cacerías que se frustran por las víboras, voy a Trancas, rodeo Choromoro, regreso a la Villa, ( la villa, aquí, es Benjamín Paz, un pueblo que en los últimos años transformó su fisonomía a causa de una estación de servicio que la hizo ancla de cuanto camionero ande por la ruta 9 y de los bolivianos que llegaron en aquel remoto y ficticio tiempo del 1 a 1 ).


Creo en los tractores y en los machetes, y porque Rubén Rial me hizo las alforjas, creo en los taladros. Y creo en la literatura hecha a base de nombres propios y lugares.


Podría ahora escribir sobre mi viejo, pero, y lo mismo me ocurre con varios de mis hermanos coloridos y salvajes ( F. M. ), ( C. O. ), su historia es literatura aparte. Digo lo poco, cito lo breve: me gustó verlo con la azada al hombro, camino abajo, abriendo acequias, curando chanchos, reponiendo el agua para más de cien picos amarillos, con una gorra roja que acorta nuestra brecha etárea. Lo conozco demasiado para idealizarlo, sin embargo encontré en él a un campesino digno.


Nada sé de motos. Ni de las que enjambran las calles de las ciudades por donde paso ni de la que me lleva. No le puse nombre. La elejí roja porque hace juego con mi sangre negra. Y porque roja es la mira telescópica de los atardeceres. Y andar en la ruta cuando cae la tarde sobre una moto roja a estas alturas de mi historia humana ya es demasiado.


Creo en los ladrillos que después de siglos siguen allí, desnudos y silvestres, y en su aún rojo colorido se puede leer bien claro: " tranquilo, todo pasa ". Y ahora estoy aquí. Si me pienso en frío me veo sin mujer, ni hijos, ni jubilación, ni impuestos ni casa. Lejos de todo arrepentimiento. En una moto roja. Pequeña, mi alma. Camino a Salta. Sonriendo y pensando. A esta altura del cuenta kilómetros con eso me basta.

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