


























Se ondula la ruta que lleva a Manaos. El verde asedia, siempre. La lluvia amenaza. Llegamos a Presidente Figueiredo. Preguntamos por el camping, de tan cerca que lo tenemos no lo logramos ver. Otra caída en una calle barrosa y el sostén de plástico del faro de la moto se termina de quebrar. Con la noche encima, en medio de una calle de tierra, húmedos, levantando la moto y sin saber donde acampar maldije al viaje y a la idea primaria que, desarrollada, me había puesto en ese lugar. A punto de seguir viaje hacia otra ciudad encontramos el camping y a la carpa la armamos dentro de un restaurante a medio abandonar. Suena linda la lluvia tropical con nosotros bajo techo. De haber llegado más temprano hubiéramos hecho camping en la zona destinada a las carpas, pero las idas y vueltas por el pueblo, el ajuste de la cadena, la compra del pan para el mate de la cena y las preguntas que nos llevaron de un lugar a otro sin dar con el lugar exacto hicieron que llegáramos de noche y que por llegar de noche y parar en el lugar indicado y en el momento justo diéramos con quien nos dejó acampar bajo el techo fornido de un restaurante en desuso. A la hora señalada, pero ¿ por quién ? ¿ el que señala la hora precisa para que cuando lleguemos todo se acomode a nuestra conveniencia es el mismo que nos demora en el camino con el júbilo original de Antonia y Francisco ? ¿ Quién nos privilegia con la humanidad de Grandismundo ? ¿ Quién organiza las piezas de modo que a la tristeza de no habernos quedado a pasar la noche en lo de Francisco la consuele la alegría primera de Ivonette y Adriano, o la curiosidad infantil de Aldemar ? no sabemos quién o qué, pero se le agradece.



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